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martes, 8 de noviembre de 2016

La mujer pobre y la mujer rica

en un pueblo del interior vivía una mujer muy pobre que era vecina de otra muy rica. Un dia la mujer pobre cayó gravemente enferma y cuando estaba a punto de morir, se recordó de la santísima trinidad y dijo: --¡cúrame, santisima trinidad! Tú siempre me has ayudado. Mete tu mano, virgencita querida. ¡salvame! No me abandones. La santisima trinidad oyo el ruego de la mujer, pues una semana más tarde estaba sanita, sí señor sanita sin enfermedad. Se le desaparecieron los dolores, que eran tantos; se le quitaron las arrugas ¡suas! Como si la hubieran estirado; las mejillas retornaron a su color natural; y dejó de temblar, porque temblaba, taraqui, taraqui, taraqui, como una máquina. En vez de llorar, cantaba: tranina traninanina. Dejó de ser triste para ponerse contenta. Con decir que parecía como si hubiera acabado de nacer, o como si fuera otra persona.--todo se lo debo a la santísima trinidad –repetía--. Puse en ella mi fe y me curé y como todo se lo debía a la santisima trinidad, fue a la iglesia, se arrodilló ante la santa, le rezó, le dijo las gracias y le dijo: ---no tengo nada para regalarte, virgencita.
Pero si pasas mañana por mi casa, a la hora del almuerzo, encontrarás preparado un pollito que quiero que te comas. Y me perdonas lo poco. Es lo unico que puedo ofrecerte. ¿vas a ir? Entonces le pareció oír una voz lejana, como un eco, que dijo: ---iré. Al día siguiente, bien, pero bien temprano, la mujer se puso a preparar el pollo. --¿será mejor asado o será mejor guisado? --se preguntaba. Estaba indecisa. ---¿cómo le gustará más a la santísima trinidad? ¿cómo? Decidio guisarlo. Hizo salsa de tomate con los tomates del corral y se la derramó encima al pollo. ¡qué sabroso! El pollo tenía un olor exquisito. ¡ahhhhhh! Tranina traninanina cuando estaba poniendo la mesa, tocaron a la puerta: --¡tum, tum, tum! --¿quién es? --¡una limosnita, por el amor de dios! ¡una limosnita! La mujer se angustió: --¿y qué le doy, si no tengo nada que darle? Pues  le arrancó un ala al pollo, abrió la puerta y se la entregó al pordiosero. --es lo único que puedo darte –le dijo –dios se lo pague –dijo el pordiosero, y se fue luaqui, luaqui, luaqui, comiéndose su ala de pollo. Pero ahí mismitico tocaron otra vez: --¡tum, tum, tum! ---¿quién es? --¡una limosnita, por el amor de dios! ¡una limosnita! La mujer se angustió: ---¿y que l doy, si no tengo nada que darle? Pues le arrancó un ala al pollo, abrió la puerta y se la entregó al pordiosero. --es lo único que puedo darte ---le dijo. ---dios se lo pague –dijo el pordiosero, y se fue, luaqui, luaqui, luaqui, comiéndose su ala de pollo perro ahí mismitico tocaron otra vez: --¡tum, tum, tum! --¿quién es? --¡una limosnita, por el amor de dios! ¡otra limosnita!... --ya va pero está vez la mujer se angustio menos. Le arrancó la otra ala al pollo, abrió la puerta y se la dio al limosnero. --es lo único que puedo darte. --gracias, buena mujer. Dios te lo pague. --amen y no habían pasado cinco minutos, pero ni cinco minutos, apenas tres, cuando volvieron a tocar a la puerta. No era la virgen, sino un tercer limosnero, sí señor. La mujer le arrancó un muslo al pollo, ¡juáquiti! Y se lo dio al limosnero. --gracias, señora. Un millon de gracias. --no hay de qué.
Entonces la mujer pensó: --tendré que explicarle a la santísima trinidad lo que ha pasado. Ella me comprenderá. Por fortuna algo queda todavía del pollo: un muslo, la pechuga, el pescuezo. Algo. Y se sentó a esperar a la virgen. Espera y espera. Las doce, la una, las dos, las tres, las cuatro... --¿qué le habrá pasado?¿será que no tiene hambre?¿sera que se lo olvidó? No puedo ser que haya querido despreciarme, porque... no puede ser. Las cinco... como todavía a esa hora no había llegado, la mujer se fue para la iglesia y se arrodilló ante la imagen de la santa. Se sonrió y la miro en la cara.¡qué cara más hermosa! --¿qué te pasó? ---le preguntó con la voz temblorosa por la emoción---. ¿por qué no fuiste? Me dejaste esperando todavía queda bastante del pollito. Entonces a la mujer le pareció oír que la virgen dijo: ---no te preocupes. Yo estoy enterada de todo con la intención basta. Regresa a tu casa tranquila y cómete en mi nombre lo que queda del pollo. ¡vete, anda! La mujer se levantó complacida, llegó a su casa y se comió el resto de pollo en nombre de la virgen. Se lo comio en un  dos por tres, porque tenía un hambre... ¡ooooye! Y lo mejor vino entonces, pues al entrar a su cuarto, ¡que alegría!, halló sobre la cama un montonón de monedas de oro que casi llegaban hasta el techo. ¡amarillitas! Pero un montonón. La mujer se encandiló. --¿qué es esto, dios mío? Como eran tantas las monedas, decidió ir a la casa de la vecina rica para pedirle prestada la medida que ella usaba para medir su dinero y otras. Fue --¡como no! ---manifesto la vecina rica---. Déjeme buscársela. Pero cuando estaba en la cocina, dijo: ---voy a ponerle este poco de cera en el fondo a la medida para ver qué es lo que va a medir mi vecina. ¿qué será? La mujer pobre cogió la medida, entró en su casa y se puso a medir las monedas. Una, dos, tres... siete... nueve... catorce medidas. ¡vaya! Mientras más medía, más monedas aparecían. ¡tilín, tilín, tilín! Hasta que al fin se acabaron, como ocurre con todas las cosas. Pero ya la mujer pobre, que ahora no era ninguna pobre, claro está, había llenado más de doce sacos. ¡upale! Cogio otra vez la medida y sin revisarla, fue a llevársela a su vecina. Esta se quedó sorprendida. ¡en el fondo estaba pegada una moneda de oro! --debes tener muchas ---le dijo---. Muchas ¿de dónde la sacaste? Como no era egoísta, la mujer pobre le contó todo a su vecina.
--¿así es?... te felicito. ¡qué suerte! Pero mentira. Ella no quería felicitarla nada. Lo que sentía era envidia. Si, envidia, una envidia que se la comía por dentro. Y también como rabia, o como odio. Rabia y odio al mismo tiempo. ¿y qué hizo?... sin haber estado enferma, sin tener nada que agradecerle a la santísima trinidad, fue al corral, agarró un pavo, no un pollo, sino un pavo bien grande, le torció el pescuezo, ¡ruaqui, ruaqui,ruaqui!, lo desplumó y se puso a guisarlo. No es por nada, pero le quedó muy sabroso ¡que olor! ¡que sabor! A la salsa no le puso tomates solamente, sino que la echó alcaparras, cebolla, ajo, coliflor, ají, pimentón, aceitunas, perejil, pimienta, comino, aceite, vinagre... de todo, pues. Como era rica, nada le faltaba. Entonces cogió el camino de la iglesia, entró y se arrodilló ante la virgen: --santisima trinidad, vengo a hacerte una invitación. Te he preparado un pavo para que te lo comas. Nada menos. Te espero en mi casa mañana a las doce. ¡cuidado como dejas de ir! En ese momento le paeció oír una voz remota, como un eco, que dijo: --ire a tu casa mañana. Espérame. Al día siguiente la mujer rica se levantó muy temprano y se puso a preparar la mesa. Un mantel bordado, cubiertos de la mejor clase, tazas de porcelana, vasos y copas de cristal más fino. ¡bueno, pues! Y comenzaron a pasar las horas... las ocho, las nueve, las diez... las once y media. --tum, tum, tum! --tocaron a la puerta. --¿quien es? --¡una limosnita, por el amor de dios! ¿una limosnita?... ¡inoportuno! La mujer abrió y le grito al limosnero: --¡qué limosnita ni qué limosnita! ¡váyase de aquí inmediatamente, flojo! Y le tiró la puerta en la cara. ¡tratán! Las once y cuarenta y cinco de la mañana... --¡tum, tum, tum! --¿quién es? --¡una limosnita, por el amor de dios! ¿una limosnita?... ¡inoportuno! La mujer abrío y le gritó al limosnero: -¡qué limosnita ni qué limosnita! ¡váyase de aquí inmediatamente, flojo! Y le tiró la puerta. ¡trantrán! Las once y cuarenta y cinco de la mañana... --¡tum, tum, tum,! --¿quién es? --¡una limosnita, por el amor de dios! --ahora sí es verdad que se puso buena la cosa –comentó la mujer---. Estos malditos limosneros huelen desde lejos lo que la gente prepara para comer y comienzan a desfilar y a pedir y a pedir: <¡una limosnita, por el amor de dios! Buscó la escoba, abrió la puerta y, ¡juaqui, juaqui, le dio dos soberanos escobazos al pobre por el lomo.
--¡ay, ay! --gritó este, y se alejo adolorido. Tan,tan,tan,tan,tan,tan,tan,tan,tan,tan las doce... al sonar la última campanada del reloj, tocaron otra vez: ---¡la santísima trinidad! ---dijo la mujer---. Debe ser ella. Y salió disparada a abrir la puerta. Pero no era la virgen, no sino un tercer pordiosero. ¡cómo se puso de furiosa la mujer! --¡una limosnita, por el amor de dios! Espere un momentico, que ya voy a traérsela. ¡limosnita!... cogió un balde,lo llenó de agua, y  ¡chuaqui! Se le vació encima al pordiosero. Este no dijo nada, se sacudió la ropa y se fue triste. ¡qué tan mala! Como las horas seguían pasando y la santísima trinidad no aparecía trinidad no aparecía, la mujer decidió ir a la iglesia. Tras, tras,tras, y entró. --¿qué te ha pasado, virgencita linda? --dijo con hipocresía---. En mi casa te está esperando el pavo. Está sabrosísimo. Entonces a la mujer rica le pareció oír una voz que le dio: --yo fui a tu casa disfrazada de pordiosero. Tres veces fui. Y nadie más que tú sabe lo que ocurrió: me tiraste la puerta en las narices, primero; me diste dos escobazos, después; y por último, me echaste un balde de agua encima ¿fui o no fui a tu casa? La mujer rica se asustó. Quiso hablar y no le salieron las palabras. Tenía trabada la lengua. Quiso gritar y no pudo: no le salió el grito. Quiso llorar y tampoco: tenía secos los ojos, sin lágrimas y la garganta apretada. Se puso de pie y corrió a su casa, llena de terror. Cuando llegó, ¡ay, dios mío!, solo encontró un montón de ruinas. ¡ufff! Las paredes derrumbadas, la madera hecha carbón, humo y fuego en todas partes, hierros encendidos. Un pavoroso incendio le había destruido la casa.

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