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lunes, 17 de octubre de 2016

El dientico de leche

saturnino, el más viejo de los habitantes de la cueva de ratones, contaba a sus intranquilos nietos relatos de su juventud. Cierto día les contó lo siguiente: “--cuando yo era muy ágil y fuerte, era el encargado de recoger los dientecitos que los niños se sacaban. ¡no se imaginan ustedes los sitios tan raros donde se les ocurre esconderlos! Algunos los ponen debajo de la cama; otros detrás de las patas de los escaparates o mesas de noche y hasta hay algunos que los meten debajo de las almohadas y entonces pasamos horrible trabajo para recogerlo sin despertar a sus dueños! Una vez me mandaron a buscar el diente de un príncipe que vivía en un bellísimo palacio. ¡qué emocion! ¡cómo me sentía de alegre por semejante tarea!...
muy tarde, ya de noche (pues el príncipe no se dormía antes de las nueve) me fui hacia su alcoba, con una enorme moneda que me habían dado para dejarla en vez del diente mientras me dirigía hacia allí, tenía mi mente llena de ideas emocionantes. Me imaginaba que el diente del príncipe sería casi tan grande como yo y de puro oro, tanto es así que mi mayor preocupación era encontrar cómo llevármelo por si no lo podía cargar yo solo. Un poco antes de entrar al cuarto del príncipe, sentí olor a gato y di varias vueltas por los estrechos corredores de las paredes con el fin de librarme de él. Ya de nuevo cerca de mi meta, sentí olor a perro y volví a dar otro paseo para no encontrarme con el animal. Me sentía bastante cansado por tener que arrastrar la moneda algo grande para mí. Por fin llegué sin más contratiempo. Solté la moneda junto a una pelota de variados colores que junto a la cama blanca descansada del saltarín ajetreo a que la había sometido su dueño en el día.

Busqué mucho el dientecito de leche bajo la cama... bajo la mesa de noche... dentro del escaparate, en el estante de los juguetes...¡nada..! ya estaba por irme creyendo que era una falsa información, cuando se me ocurrió montarme en la cama para ver al niño de cerca, pues nunca había conocido a un príncipe y quizás no se me volvería a presentar dicha ocasión ¡qué lindo era! Sus crespos y negros cabellos se veían sobre la blanca funda como un poco de noche en la espuma del mar. Cuando lo miraba, vi el puño entrecerrado del principito y ¡cual no sería mi sorpresa! Por entre sus pequeños dedos se veía el dientecito de leche blanquísimo y de tamaño mínimo. ¡esa fue la mayor sorpresa y lección de mi vida! Yo creía que los príncipes eran distintos a los demás seres humanos y me había equivocado. Nunca he depositado una moneda con más gusto que entonces. Me gustó tanto esa aventura que más nunca la he olvidado”

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