dicen que
cierta vez existió en lo más profundo de las selvas que se extienden más allá
del orinoco un cacique llamado caricaguán.
Caricaguán era un cacique poderoso,gobernante de numerosas naciones indias. Caricaguán
vivia en un palacio lujosísimo. Un día llegó a su palacio el dios de las
selvas, y caricaguán lo atendió maravillosamente bien. Al despedirse, tan
encantado estaba el dios de las selvas por las atenciones recibidas de
caricaguán que, con el deseo de recompensarlo, le dijo: gracias, bondadoso
dios. Pero yo solo quiero una cosa. Una cosa que he deseado toda la vida. -¿y
que es? -- le pregunto el dios de las selvas. --yo lo que quiero es que desde este
mismo momento todo lo que toque con cualquier parte de mi cuerpo,
inmediatamente se convierta en oro. -- lo que me pides te será concedido –
respondió el dios de las selvas. Y desapareció como si fuera de humo. Al
instante caricaguán quiso comprobar si la promesa era cierta. Salió al jardín
del palacio y tocó una mata de mango ¡que sorpresa tan grande...! el arbol se
volvió oro, igualito a como era antes, pero todo amarillo, de oro puro. Oro las
hojas. Los mangos que colgaban de las ramas, verdes aún, parecieron madurar
repentinamente. Toco una piedra y se volvió oro. Y una gallina, y un gallo; y
una paloma, y una venadita, y una jaula con su arrendajo, y un burro, que era
negro como la noche, se puso amarillo como un canario, inmovil en medio de los
montes. Todo fue volviéndose oro... el agua de la quebrada, y una rosa, y un
gato, y una estatua, y una orquídea, y un estanque, y un bejuco, y un racimo de
cambures que descansaba su peso sobre el suelo; y el perro de caricaguán,
colibrí, que era blanco como una mota de algodón, encandiló los ojos alucinados
del cacique poderoso. La alegría de caricaguán era incontenible. ¿acaso había
en el mundo, en todo el mundo, alguien más afortunado que él? ¿acaso había en
el mundo, en todo el mundo, en cualquier ricon del mundo, alguien más rico que
él, y que fuera también dueño de tan extraordinario poder? Pero después de
tanto andar de un lado a otro, sediento de riquezas, volviéndo oro cuanto sus
manos alcanzaban, al regresar a su palacio sintió un hambre tan grande, que
desde la misma puerta gritó: -¡tengo hambre! Pónganme la comida las no se
veían, pero oían cuando chocaban en el aire como si fueran campanas: --¡tilín,
tilín, tilín! Mas ¡oh, desgracia! Apenas caricaguán tocó la comida, está se
convirtió en oro. El pan, en oro. El queso, en oro las caraotas, en oro. En
oro, un huevo. El muslo de una gallina, en oro. En oro, una manzana. Tan
amarilla como el oro, una guanábana. Mas amarillo que el oro, un aguacate. En
oro, asimismo, platos, tazas y cubiertos. -¿que hacer, dios mío?... caricaguán
rompió a llorar amargamente. Las lágrimas caían al plato convertidas en pepitas
de oro. Pero mientras lloraba, su hambre aumentaba, a medida que crecía también
su desesperación. -¿que hacer? Los sirvientes le huían aterrorizados. Su
pequeña hija quiso acercársele pero caricaguán la detuvo con un grito
angustioso: --¡no te acerques! ¡vete! ¡corre! La niña huyó llena de terror.
Abrumado de pesar, sin poder contenerse más, caricaguán cayó de rodillas e
imploró: -dios de las selvas, generoso y bueno: ¡librame de ambición! Quiero
ser como antes. Aprecio el valor y la enseñanza de tu castigo. ¡ayúdame! El
dios de las selvas sintió compasión, y apareciendo como se había ido,
inesperadamente, le dijo: -observo que tu arrepentimiento es sincero y por ello
te dejo libre del castigo que tú mismo te procuraste... y después de breve
silencio, levantando la mano, prosiguió: -- corre al rio que pasa por los
límites de tus posesiones, el río de aguas negras, como las sombras, y báñate con ellas. Ellas serán el remedio para tu mal. Así lo hizo caricaguán. Y fue
ese el remedio. Tanto, que desde aquel mismo día dejo deser un cacique soberbio
y lleno de ambiciones para convertirse en un gobernante humano y justo➲