en un viejo autobús, regresaba a su
casa, después de un largo día de trabajo, un hombre feliz. Los otros pasajeros
estaban muy serios. Pero él, venía con una hermosa sonrisa. Le habían aumentado
el sueldo. Al fin podría comprar el carrito que soñaba, para disfrutarlo con
sus hijas. Y, aunque su esposa estaba ya con dios, seguro que ella compartiría
desde el cielo su felicidad. Ya cerca de su casa, vio que todavía no habían
cerrado la panadería. Decidió comprar unos dulces para celebrar, con sus tres
hijas, el aumento de su sueldo. Entró en la panadería. Vio que sólo quedaban
tres dulces de fresas con crema, los preferidos de sus hijas. Le dijo al
pastelero que se les preparara para llevárselos. El pastelero los preparó y le
entregó una bandeja con los tres dulces de fresas con crema. Y cerró el
negocio. El feliz papá sólo pensaba en lo contentas que se pondrían sus hijas
al saber la grata noticia. Al bajarse del ascensor, tropezó y ¡PLOCOTON! Cayó
cuan largo era al piso. La bandeja con los dulces se aplastó. El tremendo golpe
no hizo que el feliz papá perdiera su sonrisa. Después de la horrible caída, se
levantó. Revisó la bandeja. Y vio que todavía quedaba un dulce en perfecto
estado. Entró en su casa, directo a la cocina. Llamó a sus hijas; y puso en un
plato el dulce que se había salvado. Las niñas llegaron corriendo. Apenas
terminaron de pedir la bendición, le preguntaron por qué lucía aquella cara de
felicidad. El respondió:
al fin hoy me concedieron el
aumento que esperaba. Ya podemos adquirir el carrito tan soñado. Compré tres
dulces para celebrarlo. Pero me resbalé, caí al piso y me quedó un solo dulce
completo. Lo interrumpió su hija mayor
felicia: - papito lindo, no hay
ningún problema: el dulce es para mí, por ser la mayor. De inmediato esperanza:
-papucho, yo soy la más pequeña y, por chiquita, el dulcito es para mí.
¿verdad, papucho?
Y salto caridad:
ni la
mayor, ni la pequeña. El dulce es pa mí. El que se salvó, seguro fue el del
medio, como yo. El papá le dio largas al asunto: -cenemos, y después hablamos.
Sin terminar de dar gracias a dios por los alimentos recibidos, las niñas
comenzaron a discutir por el. Poco a poco subieron la voz hasta gritar. Y se
formó la sampablera. Ante aquel gallinero, con un manotazo en la mesa, el papá
llamó la atención de las niñas, para reclamarles: -¿cómo es posible que por un
dulce ustedes discutan así? ¡su madre debe estar muy triste en el cielo! ¡todas
a dormir, sin protestar! Las chicas salieron corriendo al baño y en un tris
estaban en la cama. En la casa se hizo el silencio. Y el sueño llegó, rápido.
Al primer rayo del día, las tres niñas fueron a la cama de su papá. Suavemente
lo despertaron. Y él, que las conocía muy bien, les dijo: -ya sé que están aquí
por el dulce. Ellas tímidamente sonrieron. Y, después de un breve silencio,
siguió diciendo el papá: bueno, bueno. ¿alguna soñó?. Las tres niñas afirmaron
con la cabeza. Perfecto ordenó el papá cuénteme cada una su sueño; y el que más
me guste ganará el dulce. Comenzó felicia, por ser la mayor: papi, yo soñé que
estudiaba mucho, mucho, pero que mucho; tanto, que descubrí una fórmula
biogenética-degradable, que convertía la basura en alimento altamente nutritivo
y todos los seres humanos tenían para comer. No quedó ser en la tierra que no
tuviera algo para comer; y como dicen por allí ¡barriga llena, corazón
contento! Todo el mundo era feliz; no había ni guerras, ni muertos. Todo era
paz y felicidad: ¡el mundo que todos soñábamos! ¡un mundo perfecto! El papá
comentó: --¡muy bello tu sueño, felicia! Pero ahora tenemos que oír a caridad.
Somos todo oídos, querida. Caridad: -bueno, papá, yo soñe que era una excelente
y experta financista; y hacía tan buenos negocios, que, poco a poco, me fui
apropiando de todo el dinero del mundo. Todo el dinero era mío y de nadie más.
Así que toda la gente se vio obligada a negociar todas las cosas sin dinero. Y,
así, la gente aprendió a dar y recibir lo que necesitaba sin importar lo que costara.
La gente no peleaba más por el dinero. Todos eran felices, porque tenían todo
lo que querían, aunque no tuvieran plata. Todos le daban a todos lo que les
hiciera falta
aprobó el
papá:
¡muy bien, hija!
Sólo falta esperanza. Tu dirás, hija.
Y la pequeña dijo:
-papucho, elige entre mis hermanas. Mi sueño
es muy tonto.
El papá replicó:
hija, no te avergüences y cuentanos tu sueño.
Se animó esperanza:
-bueno, soñé que las tres nos levantamos. Nos
pusimos bonitas como te gusta a ti. Después de decir nuestras oraciones juntas,
fuimos a la cocina. Tomé, de la gaveta, un cuchillo. Con él partimos el dulce
en tres porciones iguales. Y dándole gracias a dios, cada una disfrutó de su
trozo.
¡y descubrí que éramos muy felices!
El padre se admiró:
-¡bravo, hija, bravo! Eso está muy bien.
Compartir: ése es el secreto de vivir. ¡bellísimo hija! ¡sin ninguna duda, el
dulce es tuyo, hija! ¡haz tu sueño realidad! Las tres niñas salieron del cuarto
agarradas de la mano, rumbo a la cocina, con una sonrisa esplendorosa,
derrochando felicidad. El papá las siguió. No quería perderse tan hermosa
escena. Esperanza llegó a la cocina. Sacó el dulce de la nevera. Lo puso en la
mesa. Abrió la gaveta y... sacó una ¡cuchara!... las otras, sorprendidas,
exclamaron:
felicia: -creo que cometiste un pequeño error,
esperanza. Sacaste una cuchara. En tu sueño era un cuchillo
y caridad: -si, esperanza, en tu sueño
hablaste de cuchillo. No de cuchara. A lo que respondió muy seria y segura,
esperanza: - sí, hermanas. En el sueño era un cuchillo. Pero... ¡sueños, sueños
son! La realidad es que el dulce es mío. Yo lo gané para mi ¡SOLITA! ¿Acaso, si
ustedes se lo hubieran ganado, me hubiera dado un pedacito? Las hermanas
contestaron, descorcertadas y a coro: -¡por supuesto que no! Y, esperanza, sin
más explicaciones, salió a toda prisa, para que las hermanas no vieran cómo se
comía el dulce. Justo en la puerta de la cocina, dio un traspiés. Cayó al suelo
de bruces. El dulce quedó desparramado en el piso. Y la nariz de esperanza,
exactamente a los pies de su papá, quien había presenciado todo lo ocurrido.
Esperanza y su papá cruzaron una mirada. Y no hicieron falta palabras para que
las tres sintieran la profunda tristeza de su padre, por su egoísmo.
El papá, sereno, las reprendió: -¡muy buena
la ilusión de felicia de que todos tengan qué comer! ¡mejor, el deseo de
caridad de que se acaben las peleas por la plata! ¡y mucho mejor el propósito
de esperanza de compartir con sus hermanas! Pero sepan que al cielo no llevan
ni las ilusiones, ni los deseos, ni los propósitos, sino las obras en favor del
prójimo. Si esperanza hubiera el dulce, hubiera dado más que un paso, hubiera
dado un salto hacia el cielo... ante esa reflexión de su papá, las DULCES
HERMANAS lloraban de arrepentimiento, mientras su padre, besándolas, agradecía
a dios que hubiera devuelto la paz a su hogar