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sábado, 3 de diciembre de 2016

El niñito más hermosO

un día dijo la maestra: -hoy voy a contarles un hermoso cuento. Hace muchos años, había una ciudad muy pequeñita llamada belén, en un bello país llamado judea. Las casitas de belén, blancas y limpias, relucían al sol. Era la mañana de un 24 de diciembre. Hacía mucho frío, pero mucha gente caminaba por las estrechas calles de belén ancianos, jóvenes y niños, vestidos con trajes de muy vistosos colores, acababan de llegar de distintas partes del mundo, cumpliendo una orden de su rey. Todas las casas y posadas de la ciudad, estaban llenas. Casi al oscurecer, entraba por la calle principal una mujer de rostro muy bello y mirada dulce, sentada sobre un burrito. A pie, junto al burrito, marchaba un hombre de barbas y cabellos hermosos. Sus ojos de color de miel, eran bondadosos; y su andar, algo lento, como si estuviera fatigado del largo camino recorrido. Preguntó en varios lugares si había habitacíon, pero la respuesta era siempre la misma: --no, todo está lleno al fin, al otro extremo de la ciudad, encontró a un posadero que le dijo: --no tengo habitación vacía;

pero si queréis, puedo alojaros en un establo donde sólo tengo una vaca y una mula. José, que este era el nombre del viajero, consultó con maría, que así se llamaba la mujer, y ambos decidieron pasar allí la noche. Como no tenían muebles donde sentarse, ni una vela que los alumbrara, se acostaron sobre un montón de heno para descansar. Ya estaban dormidos cuando comenzó a disminuir la oscuridad de establo. A medida que pasaba el tiempo, se iluminaba más y más. Parecía como si estuviera amaneciendo y todavía no eran las doce de la noche. No había pasado mucho tiempo y una luz, más viva que la del sol, iluminaba no soló el establo, sino a todo belén. Comenzaban el día 25... y allí, sobre un pesebre relleno de paja, estaba el más hermoso, niño que haya nacido jamás: el niñito jesus. Alrededor de su humilde cunita, estaban maría y jose, que lo contemplaban llenos de gozo... y la vaquita, la buena vaquita que ponía bocados de heno sobre la cunita, para que el niñito estuviera abrigado y no sintiera frío

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